Los señores del sencillo
Ellos se encargan de acelerar el tránsito
en las calles de Lima y convertir en bólidos los destartalados carros que
ponen en peligro la seguridad de los pasajeros.
Aunque muchos los hayan visto en las
esquinas, estos hombres pecan por su anonimato. Gritan: dos, cuatro, cinco.
Hacen gestos con las manos. "Está a pocos metros", dicen, y es
que estos señores del "dateo" se encargan de controlar el paso
del tránsito público. Se los suele llamar "los dateros" y
aunque no sean contratados por ninguna empresa, ellos formaron la suya
cuando aparecieron esos vehículos que hacen mucha bulla por las calles y
se les denomina combis.
"Los dateros... sí, los
dateros", así nos llaman los empresarios de las combis. Ellos se
encargan de acelerar el tránsito en las calles de Lima y convertir en bólidos
los destartalados carros que ponen en peligro la seguridad de los
pasajeros. "Que tengo que llegar a la hora a mi destino para marcar
tarjeta puntualito". Y si no fuera por esos hombres que desde las
seis de la mañana se paran en las esquinas con sus cuadernos para
indicarles la hora a los chóferes poco podrían hacer para no pagar la
multa que les cobran, aunque uno no lo crea, por llegar tarde, o a veces,
temprano, al punto final de su servicio.
El peruano es demasiado creativo. Si
no hay chamba, mejor trabajar como un "dateros". "Gano más
que cualquier obrero en una fábrica o el chofer de un árabe", ríe
uno de estos muchachos, llamado Robert, quien observa el paso del tránsito
en la avenida Arenales y se llena las manos con sencillo. "Con cada
dato que le doy a una combi: "Sí, hay tres carros que van por tu
misma ruta a uno y dos minutos", el cobrador me paga diez o veinte céntimos".
Con cada línea de combis que controlan son diez soles al día. Y así
"mil doscientos al mes", depende de la maña, del control matemático
del cerebro. Trabajo es trabajo aunque lo hayas creado.
En todas las esquinas hay viejitos,
morenitos, muchachitos, hasta mujeres. Aprenden a contar a la velocidad.
Apuntan a la orden de tres o cuatro combis a la vez, la hora de su atraso
o adelanto. Pasar el dato es su trabajo. A veces por más dinero ayudan a
que se atrase un carro y se quede vacío. Ellos controlan y hasta pueden
decir si el negocio es bueno o malo pero cuando se les escapa alguna combi
sin que le haya pagado su comisión (los diez centavos) vaya que no dudan
en soltar las palabras -aunque no siempre- que toda injusticia suele
originar . A ver, cuántos en el día, cuántos en una hora. No descansan;
pero dicen que les gusta su trabajo porque no tienen que cargar ladrillos
o botes de basura en alguna empresa, sólo saber calcular.
El transporte urbano se maneja de
este modo en esta ciudad. La competencia aguarda bajo el color de un semáforo,
el pito de una policía o el brazo estirado de algún usuario. A correr.
Si no fuera por ellos, que buscaron una manera de sobrevivir, las combis
no serían un velocímetro. Sencillo en el bolsillo, calculadoras en sus
cabezas.